El redescubrimiento del uso tradicional de los hongos con psilocibina en México, para el resto del mundo, se produjo principalmente gracias a los trabajos del biólogo estadounidense Richard Schultes y su compañero de expedición el médico austriaco Blas Pablo Reko.
Siendo un joven estudiante, Schultes había leído las crónicas de Francisco Hernández de Toledo, un médico, ornitólogo y botánico español, quien enviado por Felipe II se adentró durante seis años (1571-1577) en el conocimiento de las propiedades farmacológicas de las plantas mexicanas.
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Hongos Teonanácatl
Durante esas crónicas se enteró de la existencia de los hongos teonanácatl y contempló, fascinado, escenas míticas y rituales en las que se representaban los hongos en los códices Florentino, Magliabequiano y Vindobonensis.
Cuando el joven estudiante buscó en la literatura científica más información sobre estos hongos se encontró con la sorpresa de que la máxima autoridad estadounidense en botánica, William E. Safford, negaba su existencia en una serie de artículos académicos.
El argumento de Safford era que los naturalistas y cronistas españoles del siglo XVI no sabían de botánica y los habían confundido con un cactus con propiedades alucinógenas: el peyote.
Schultes sospechó, acertadamente, que quien estaba confundido era Safford, ya que el mismo había tenido experiencias directas comiendo peyote con Weston La Barre, quien más tarde publicaría un estudio clásico sobre su uso entre los indios de Norteamérica.
William Safford no carecía de méritos en el tema, pues ya había publicado una importante monografía el tema y en 1916 había demostrado que la cohoba que consumían los indios taínos de las Antillas no era tabaco como se creía, sino la semilla de un árbol leguminoso llamado anadenanthera peregrina.
Mientras trabajaba en su tesis de licenciatura sobre el peyote, consultó la colección del Herbario Nacional de Estados Unidos, en Washington, donde encontró una carta fechada el 18 de julio de 1923, enviada desde la ciudad de Guadalajara, México, y dirigida director del Herbario.
La misiva estaba firmada por un hasta ese entonces desconocido Blas Pablo Reko, pero William Safford, quien por supuesto había leído esta carta que contradecía su teoría, había tenido la honestidad de colocarla junto a un espécimen de peyote.
Al final de aquella carta podía leerse lo siguiente:
Veo en su descripción de la lophophora (peyote) que el doctor Safford piensa que esta planta es el Teonanácatl de Sahagún, en lo cual ciertamente está equivocado. En realidad es, como declara Sahagún, un hongo que se da en el estiércol, y que todavía lo usan bajo el mismo nombre los indios de la Sierra de Juárez, en Oaxaca, durante sus fiestas religiosas.
Schultes se puso enseguida en contacto y a principios del verano de 1938 viajó hasta Oaxaca acompañado por Blas Pablo Reko, quien por ese entonces tenía unos sesenta años de edad, era médico de profesión que estaba sumamente interesado en la antropología, la botánica y que simpatizaba con la ideología nazi.
Schultes y Reko viajan a la Sierra Mazateca
Reko era amigo del ingeniero austriaco Roberto J. Weitlaner, también apasionado por la antropología y las culturas antiguas de México, quien había trabajado en la Sierra Mazateca en temas relacionados con el ciclo agrícola y su calendarización indígena y también de su yerno, Jean Basset Johnson, quien realizó la primera investigación sobre lo que denominó «la brujería mazateca»
Fue Weitlaner quien luego condujo a Schultes a casa de «una americana» que vivía muy cerca de su casa, Eunice Pike, una estadounidense de 24 años que había llegado a Huautla hace un par de años y trabajaba para el Instituto Lingüístico de Verano con el objetivo de evangelizar a la población local, aprender mazateco y traducir el Nuevo Testamento.
Poco tiempo después de su llegada, no fue Schultes ni Reko quienes presenciaron por primera vez aquel verano de 1938 una ceremonia con hongos, sino una joven estudiante de antropología de la universidad de Berkeley, Jean Basset Johnson, quien junto a su compañera Irmgard Weitlaner habían llegado pocos días después como parte del equipo de investigación del antropólogo inglés Bernard Bevan, de quien se sospechaba pertenecía al servicio secreto británico.
Fue así como a finales de la década de la década del 30′ del siglo XX en un pequeño pueblo de Huautla de Jiménez perdido en la inmensidad de las montañas, se reunieron un etnobotánico, una misionera-lingüista estadounidense; un médico etnobotánico austriaco de inclinaciones nacionalsocialistas; un ingeniero austriaco convertido a la etnología y dos jóvenes antropólogas guiados por un sospechoso de ser un espía inglés cuyos propósitos de investigación se desconocían.
José Dorantes era el anfitrión de este diverso grupo interesado en la cultura mazateca y fue gracias a sus gestiones que la noche del 16 de julio de 1938 cuando Basset Johnson e Irmgard Weitlaner asistieron a una velada en la que se ingirieron ritualmente los «Niños Santos», llamado también Ndi Sxi Tho «El pequeño que brota».
Fue la primera ocasión en que un grupo de antropólogos presenciaba un ritual de esa naturaleza, pero también la primera vez en que un chamán mazateco fue convenientemente engañado.
El «redescubrimiento» de los hongos mágicos
El hecho es que para poder asistir a la ceremonia uno de los investigadores se presentó como el pariente de una enferma que vivía en la ciudad de México y solicitaba sus servicios como sanador.
Jean Basset describiría en detalle luego toda la parafernalia empleada y el curso del ritual a cargo del chamán, quien invocando a la Santísima Trinidad y a otros santos menores, entre cantos y oraciones, comió tres hongos frescos antes de lanzar siete veces los cuarenta y ocho granos de maíz que le permitirían visualizar la causa de la enfermedad y un diagnóstico.
A medida que los lanzamientos de las semillas de maíz transcurrían, finalmente, en el séptimo lanzamiento aseguró:
Ella está bien ahora ¡Puedes enviarle un telegrama para comprobarlo!
Basset Johnson supo advertir que el chamán se encontraba bajo los efectos de hongo y que éste se comportaba como sólo un vehículo que prestaba su cuerpo y su voz para que se manifestara.
Irmgard Weitlaner, por su parte, reportó el empleo de la «Semilla de la Virgen», ololiuhqui (Turbina corymbosa) y «Hierba María», que probablemente se trataba de Salvia divinorum, identificada años más tarde por Albert Hofmann en un viaje realizado con Wasson y la propia Irmgard, que ya se especializaba en textiles indígenas.
Una semana después de esta velada Jean Basset Johnson encontró a Schultes y le confió su descubrimiento.
Le dijo que los hongos eran el medio de transformación que legitimaba el rito de adivinación, eran los hongos los que hablaban a través del curandero orando, invocando y diagnosticando al paciente.
Le comentó que existían al menos tres clases de hongos, conocidos en español como san Isidro, Derrumbe y otro llamado en mazateco Tsamikindi.
Sin embargo, era difícil determinar el efecto que tenían en el oficiante del ritual. Fue así como esta interrogante quedo en suspenso y fue respondida gracias al trabajo de Gordon Wasson veinte años después.
Primera clasificación de especies
Días después del encuentro, Schultes pudo tener en sus manos ejemplares de estas tres clases de hongos, reconociendo en una de ellas la especie panaeolus campanulatus.
En su cuaderno anotó la fecha, 27 de julio de 1938, la descripción de los especímenes y el número de la colección, la primera colección botánica del Teonanácatl.
Schultes y Reko 231.
En los días siguientes, para su asombro, los hongos que no había visto antes por ningún lado brotaban ahora por todas partes en las afueras de Huautla.
Los que hasta la fecha se conservan en el Herbario Farlow de Harvard fueron colectados en esa ocasión.
Con el estallido de la segunda guerra mundial Richard Evans Schultes fue enviado por el gobierno de Estados Unidos a la selva amazónica para investigar la obtención de grandes cantidades de caucho indispensables para la industria bélica.
Jean Basset Johnson fue reclutado en el ejército y moriría en combate durante el desembarco de los Aliados en el norte de África.
El estudio moderno de los hongos mágicos
Se habían dado los primero pasos pero la brecha había quedo nuevamente abierta hasta que a finales de los años cincuenta Wasson y Roger Heim lograron identificar al menos 24 clases diferentes de hongos psicoactivos, con lo que constataron la afirmación de Schultes de que el teonanácatl era un nombre genérico para designar una amplia variedad de setas.
En 1952, el banquero estadounidense y micólogo aficionado Gordon Wasson y su esposa, la pediatra y etnomicóloga rusa Valentina Pavlovna comenzaron a interesarse en el estudio del culto de los hongos psilocibes y contactaron con Schultes, Reko, Johnson y Weitlaner, llegando a organizar sus primeros viajes a Huautla de Jiménez, México con el objeto de identificarlos y estudiarlos.
Durante el verano de 1955, Gordon Wasson y su fotógrafo Allan Richardson, asistieron a una velada con hongos psilocibes con María Sabina —una chamana mazateca— y fueron los primeros occidentales en experimentar y reportar los efectos de los hongos y sus usos tradicionales entre los mazatecos.
Para 1957 Wasson y Pavlovna publicaron un artículo en la revista Life titulado «Seeking the Magic Mushroom» (Buscando el hongo mágico), en el cual describían las experiencias alucinatorias durante aquellos rituales
También en 1957, la psilocibina fue aislada por el químico suizo Albert Hofmann en 1957 a partir de hongos Psilocybe mexicana cultivados en París por el micólogo Roger Heim a partir de esporas recogidas en México durante una de las expediciones de Wasson.
Hofmann ya era reconocido en este punto por haber sido el primero en sisntetizar y experimentar directamente los efectos del LSD (dietilamida del ácido lisérgico).
Leary, Alpert, Castaneda y los hermanos Mckenna
A principios de los años ’60, los psicólogos de la Universidad de Harvard Timothy Leary y Richard Alpert lograron obtener psilocibina a través de la farmacéutica Sandoz y realizaron una cantidad considerable de experimentos que demostraron resultados positivos del uso de la psilocibina en la psiquiatría clínica, pero fueron despedidos al ser acusados de utilizar a sus propios estudiantes como conejillos de india.
Lamentablemente la histeria acerca del LSD en aquellos tiempos implico que la pilocibina fuera arrastrada dentro de la categoría Lista I de las drogas ilícitas en 1970 y prohibida en cualquier contexto de uso o investigación.
Los años 70′ vieron el resurgir de la psilocibina como un «enteógeno» debido en parte al primer libro de Carlos Castaneda y diversas publicaciones que comenzaban a enseñar técnicas de autocultivo.
Uno de los libros más populares de aquella época fue el desarrollado J. Bigwood, D.J. McKenna, K. Harrison McKenna y T.K. McKenna, titulado «Psilocibina: La guía del cultivador del hongo mágico» (Psilocybin: Magic Mushroom Grower’s Guide)» editado bajo los seudónimos de O.T. Oss y O.N. Oeric que llegó a vender cerca de 100.000 ejemplares a comienzos de los 80’.
El libro de los hermanos Mckenna adaptaba la técnica conocida como San Antonio, utilizada para la producción de hongos comestibles mediante la incubación de cultivos en sustratos de centeno.
Esta revolucionaria técnica puso por primera vez al alcance de cualquier persona el acceso a producir poderosas drogas psicodélicas sin acceso a tecnología sofisticada, equipamiento o suministros químicos, tan solo mediante el uso de implementos comunes de cocina.