Por Carlos Uhart M.
Cada vez que contemplamos una planta de cannabis podemos llegar a imaginar los cientos de años que ha sido utilizada para elaborar telas, cuerdas, papel o simplemente como lubricante social.
Porque lo cierto es que durante prácticamente toda la historia de la humanidad, el cannabis ha sido legítimamente utilizado con fines medicinales, religiosos y recreativos.
Pocos imaginan los poderosos motivos políticos y económicos que estuvieron involucrados en convertir a la marihuana en una droga ilegal, primero en Estados Unidos y después en el resto del mundo.
La definición genérica de «droga» abarca un amplio rango de sustancias y puede variar según el contexto en el que se utilice, ya sea en medicina, farmacología, legalidad o en el uso coloquial.
Contenido
Antecedentes históricos del uso de cannabis
La primera ley estadounidense relacionada con la marihuana, aprobada por la Asamblea de Virginia en 1619, establecía que el cáñamo debía ser cultivado de forma obligatoria.
Por aquel entonces, la fibra de cáñamo no sólo era consideraba como un bien muy valioso, sino también como una necesidad estratégica.
Las primeras semillas de cannabis habrían llegado originalmente a América de la mano de Cristobal Colón y desde entonces la fibra de cáñamo era utilizada como material para elaborar cuerdas, telas y diversos otros insumos náuticos.
Virginia, Pensilvania y Maryland habían llegado incluso a permitir que el cáñamo se intercambiara como moneda de curso legal, para estimular su producción y aliviar la escasez de dinero colonial.
Varios de los «padres fundadores» de Estados Unidos, incluidos George Washington y Thomas Jefferson llegaron a cultivar cáñamo en sus propiedades.
Ya en la segunda mitad del siglo XIX, la marihuana se había convertido además en un ingrediente muy popular de algunos medicamentos que se vendían abiertamente en farmacias, principalmente como tinturas a base de alcohol como cura para la migraña, el reumatismo y el insomnio.
A comienzos del siglo XX, la revolución mexicana de 1910 había desarrollado serias tensiones en las zonas fronterizas de Estados Unidos y México, en donde se produjeron frecuentes escaramuzas entre los ejércitos de los generales John J. Pershing y Pancho Villa.
Años más tarde, la llegada masiva de campesinos mexicanos para trabajar como mano de obra barata en grandes explotaciones agropecuarias había comenzado a propiciar conflictos con los trabajadores locales, hasta que con la llegada de la Gran Depresión (1929), la situación se complicó seriamente.
Lo cierto es que la emigración mexicana había traído consigo la costumbre de fumar flores de cannabis con fines recreativos y fue así entonces como los prejuicios y temores que se habían desarrollado alrededor de la inmigración, se asociaron directamente a la costumbre de consumir cannabis.
Los agentes de policía de Texas de aquella época llegaron a afirmar que la marihuana incitaba crímenes violentos, provocaba una «sed de sangre» y le daba a sus consumidores «una fuerza sobrehumana».
Incluso, se comenzaron a difundir rumores de que los mexicanos estaban distribuyendo esta «hierba asesina» entre los niños desprevenidos de las escuelas estadounidenses.
Fue así como llegado 1913, California promulgó quizás la primera ordenanza estadounidense que buscaba prohibir la venta o posesión de marihuana.
Otros estados se sumaron rápidamente, incluyendo Wyoming (1915), Texas (1919), Iowa (1923), Nevada (1923), Oregon (1923), Washington (1923), Arkansas (1923) y Nebraska (1927).
La marihuana y el Jazz
Ya iniciada la década de 1930, el consumo de cannabis había sido rápidamente asimilado por la escena del Jazz en Nueva Orleans, extendiéndose luego hasta a Chicago y finalmente a Harlem en Nueva York, donde la marihuana terminó convirtiéndose en un elemento indispensable de la escena musical.
Fue así como para ese entonces el consumo cannabis comenzó a relacionarse con un supuesto estilo de vida de conductas inapropiadas e incluso criminales, asociado intencionalmente a un perfil bien definido: negro, músico y delincuente.
Fue así como el racismo y el miedo se unieron para estigmatizar el cannabis, que pasó de ser una «cosa de mexicanos y negros» a establecerse como sinónimo de una droga peligrosa que enloquecía a las personas y las volvía capaces de cometer los peores delitos.
Durante este periodo, Estados Unidos había aprobado una enmienda constitucional a través de la Ley Volstead, también conocida como «Ley Seca» o «Prohibición» (1919-1933), la cual prohibía la venta, transporte y fabricación de bebidas alcohólicas para su consumo en Estados Unidos.
Y a pesar de que muchos estados ya habían intentado prohibir el cannabis, esta sustancia todavía no podía ser declarada ilegal a nivel federal.
La referencia llegó a través del Acta Harrison (1914), la cual había fijado penalizaciones de impuestos federales para opiáceos y cocaína.
Fue así como en medio del aumento del sentimiento antiinmigrante alimentado por la Gran Depresión, los funcionarios públicos del suroeste y de Louisiana solicitaron al Departamento del Tesoro que prohibiera la marihuana.
Las estrategia de la difamación
Para comprender cabalmente la historia de cómo fue que se llegó a establecer esta asociación entre la marihuana y un perfil de «personas indeseables» con actividades ilegales y comportamientos inmorales, debemos remitirnos al secretario del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos a principios de 1930, Andrew Mellon.
La familia de Mellon era propietaria de uno de los bancos estadounidenses más grandes de principios del siglo XX, el Mellon Bank, con sede en Pittsburgh, Pensilvania.
A su vez, Mellon Bank era el propietario mayoritario de Gulf Oil Corporation, también con sede en Pittsburgh, una empresa relativamente nueva que suministraba gasolina al emergente mercado de los automóviles.
Mellon Bank era al mismo tiempo uno de los principales inversores en la compañía DuPont Corporation, quienes elaboraban productos químicos para la industria del papel basado en celulosa de madera, un suministro fundamental para la impresión de periódicos.
Por aquella época, el magnate de los medios de comunicación William Randolph Hearst era uno de los hombres más poderosos de Estados Unidos, con un imperio periodístico proporcionaba noticias al 17% del público estadounidense.
En otras palabras, en la década de 1930 aproximadamente 20 millones de estadounidenses obtenían su visión del mundo a través de uno de los periódicos de Hearst.
Intereses económicos contra el cañamo
Con estos antecedentes en mente, por aquella época el cáñamo había emergido como una fuente potencial de productos que podrían amenazar las ganancias y la existencia de Gulf Oil Corporation, DuPont y Hearst Enterprises.
Los ingenieros de Ford Motor Company habían llegado a la conclusión de que se podía producir biocombustible de manera sostenible a partir de la planta de cáñamo, proporcionando una solución no fósil para alimentar sus automóviles.
Este descubrimiento significaba que Ford podría expandir su negocio desde la fabricación y venta de vehículos, convirtiéndose además en proveedor de una nueva fuente de combustible para impulsarlos.
El imperio de periódicos de Hearst tenía grandes inversiones en la industria de la madera y además, dependía en gran medida del proceso químico de DuPont para convertir la fibra de madera en papel para imprimir periódicos.
Esto, a pesar del hecho de que el proceso de DuPont producía un papel de baja calidad, que adquiría rápidamente una coloración amarilla, en comparación al papel blanquecino y durable que se podía obtener de la fibra de cáñamo.
El papel a base de cáñamo también era más sustentable que el papel hecho a base de madera. La propia Constitución de los Estados Unidos (1787) había sido escrita originalmente sobre papel de cáñamo casi 150 años antes.
Incluso hoy en día, el papel a base de madera elaborado con la última tecnología disponible solo se puede reciclar un máximo de tres veces antes de volverse inutilizable, mientras que el papel a base de cáñamo puede ser reutilizado por al menos siete u ocho veces.
La cuestión es que Hearst odiaba a los mexicanos principalmente por cuestiones racistas y porque había perdido 800.000 acres de superficie boscosa a manos de Pancho Villa.
Fue así, que para proteger sus intereses, DuPont y Hearst se aliaron y comenzaron a desarrollar una campaña para desacreditar la imagen de la planta de cáñamo.
Todo comenzó con publicaciones sensacionalistas que narraban fábulas de mexicanos enloquecidos por una diabólica hierba que atrajo rápidamente la atención de los lectores e hizo subir las ventas.
Textos el que puede leerse a continuación fueron utilizados para atemorizar a la población y advertirla de los supuestos peligros de consumir cannabis:
Está llegando por toneladas a este país el mordaz y terrible veneno, que además de aniquilar y desgarrar el cuerpo, destruye el mismo corazón y alma de todo ser humano convertido en su esclavo. La marihuana es la vía más rápida al sanatorio. Fume usted cigarrillos de marihuana durante un mes y lo que una vez era su cerebro, no será más que un almacén de horribles espectros.
Por su parte, los ejecutivos de DuPont habían comenzado a desarrollar un fuerte lobby en el Congreso de los EE. UU. a fin de que expandir una visión negativa del cannabis.
Una de las primeras estrategias fue utilizar consistentemente la palabra «marihuana» (originaria de México) como un sustituto directo de la palabra «cáñamo», que era el nombre de uso común en ese momento.
A través de la asociación y la publicidad masiva en medios, este nuevo término buscaba convertirse en sinónimo de una peligrosa droga adictiva, vinculando directamente su consumo a las minorías raciales en un período en donde movimientos como el supremacismo blanco y el Ku Klux Klan habían ganado un fuerte impulso.
Harry. J. Anslinger y la Oficina Federal de Estupefacientes
La recién creada Oficina Federal de Estupefacientes (FBN), establecida en 1930 como una Agencia del Tesoro, fue llamada a tomar parte del asunto, liderada en ese entonces por el comisionado Harry. J. Anslinger, esposo de la sobrina de Andrew Mellon y recomendado personalmente para el puesto.
Ya en 1937, Anslinger, quien se desempeñaría como director de FBN durante más de 30 años, declaraba:
La marihuana es la droga que más violencia ha causado en la historia de la humanidad. La mayoría de los fumadores de marihuana son negros, hispanos, filipinos y artistas. Su música satánica, el jazz y el swing, son el resultado directo del consumo de marihuana. La marihuana provoca además que las mujeres blancas busquen tener relaciones sexuales con negros.
Poco tiempo después, en un artículo para la «Benevolent and Protective Order of Elks», Anslinger escribía:
La marihuana es uno de los narcóticos más peligrosos y depravantes conocidos, ya que el consumo de un solo cigarrillo es suficiente para empujar al tipo de persona psiconeurótica de la cordura a la locura.
La mayoría de las acusaciones y afirmaciones de Anslinger, sin base científica, espeluznantes y arraigadas principalmente en prejuicios raciales e intereses económicos, comenzaron a ser finalmente tomadas en cuenta por el Congreso y la opinión pública, quienes poco a poco comenzaron a adoptar esta postura contra el uso de la marihuana sin darse cuenta de que el cáñamo, el cannabis y la marihuana eran una misma cosa.
Anslinger continuo presionando al redactar un nuevo proyecto de ley sobre impuestos a la marihuana, llevándolo a la Cámara de Representantes y al Comité de Finanzas del Senado para su consideración, hasta que finalmente fue aprobado y promulgado por el presidente Roosevelt en 1937
En otras palabras, Anslinger había logrado sacar adelante una ley engañosa, de consulta mínima y de escaso debate por parte de cualquiera de los partidos políticos.
Muchos ni siquiera se dieron cuenta que el término «marihuana» incluido en el proyecto de ley, solo era un nombre diferente utilizado para denominar al cáñamo.
La Asociación Médica Estadounidense argumentó que la marihuana no era una droga adictiva y que la nueva legislación penalizaba injustamente a los médicos que la recetaban, a los farmacéuticos que la preparaban y a los agricultores que la cultivaban.
Sin embargo, el proyecto de ley se promulgó finalmente como la Ley del Impuesto a la Marihuana (Marihuana Tax Act, 1937), la cual establecía un gravamen impositivo sobre la venta de cannabis, pero cuyo verdadero objetivo era lograr la prohibición de la producción y consumo de cañamo y marihuana.
La Ley del Impuesto a la Marihuana exigía que los proveedores e importadores de cannabis pagaran un impuesto anual de 24 dólares y que todos los suministros asociados debían ser registrados y marcados con un sello fiscal.
Cualquier intento de eludir la ley se enfrentaba a una multa de hasta US2.000 y/o hasta cinco años de prisión.
Fu así como el 3 de octubre de 1937 en Denver, Colorado, dos personas fueron por primera vez arrestadas bajo la nueva ley por no pagar el nuevo impuesto a la marihuana: Moses Baca y Samuel Caldwell.
Baca recibió una sentencia de 18 meses por posesión, mientras que Caldwell recibió una sentencia de cuatro años y ambos hombres fueron encarcelados en la penitenciaría de Leavenworth, Kansas.
Nace la Ley de Sustancias Controladas
Al tratar el cannabis como una droga ilegal y altamente adictiva, sumado a la implementación de la Ley del Impuesto a la Marihuana, la FBN había bloqueado efectivamente el uso recreativo de la marihuana en los Estados Unidos.
No fue gasta 1969, luego del caso conocido como Leary vs. Estados Unidos, que la Corte Suprema determinó que la ley de impuestos a la marihuana era una violación de la Quinta Enmienda, porque la intención de obtener un timbre fiscal legal implicaba admitir la culpabilidad por violar la ley, es decir, autoincriminación.
Como resultado, el Congreso de Estados Unidos actuó rápidamente para encontrar una nueva forma legal de mantener la marihuana y otras drogas fuera de las calles y fuera del alcance de cualquiera que quisiera experimentarlas.
En unos pocos meses, el Congreso aprobó la Ley de Sustancias Controladas (Controlled Substances Act, 1970), que clasificaba las drogas en cinco categorías diferentes según su uso médico, además de su potencial de adicción y abuso.
Si bien es cierto, durante la discusión de la ley se consultó a expertos de las industrias de la salud y farmacéutica para conocer sus opiniones sobre la asignación de medicamentos en las diferentes clasificaciones, es es necesario decir que debido a su naturaleza ilegal, no se habían desarrollado estudios adecuados con respecto a su valor médico o potencial adictivo, sino que se sólo se trataba de prejuicios asociados a décadas de difamación.
La marihuana fue finalmente clasificada como una droga de Lista I junto por ejemplo a la heroína, el LSD y el MDMA, definidas como aquellas que no tienen un uso médico aceptado y tienen un alto potencial de abuso.
Para 1973 y con el objetivo de hacer cumplir la Ley de Sustancias Controladas se funda la Agencia de Control de Drogas de los Estados Unidos (DEA).
Desde entonces, muchas personas han sido procesadas por el uso y posesión de cannabis. Se estima que, actualmente, más de la mitad de todos los arrestos por drogas en los Estados Unidos están relacionados a la marihuana.
Además, el consumo de marihuana y las minorías raciales se han mantenido fuertemente vinculados de manera muy negativa y persiste un fuerte elemento de prejuicio racial.
Sólo un ejemplo, los datos de 2001 a 2010 muestran que las personas de color negro tienen 3.73 veces más probabilidades que los blancos de ser arrestados por cargos de marihuana.
Escenario internacional
No es difícil de entender, que el contexto prohibicionista en Estados Unidos también se trasladó al marco internacional, ya que el país era una fuerza determinante en la fiscalización internacional de las drogas, que ahora incluía al cannabis.
En general, el actual sistema de control de drogas internacional se estructura entorno a tres tratados internacionales:
1. La convención única sobre estupefacientes de 1961
En este tratado internacional, 185 países firmaron un pacto en el que se comprometían a reestructurar su marco legislativo interno para cumplir con los principios recogidos en esta convención.
Todas las partes se comprometieron a limitar a fines exclusivamente médicos y científicos la producción, uso, posesión y tráfico de estupefacientes, ampliando la fiscalización a las materias primas, es decir, plantas de cannabis, plantas de adormidera y arbustos de coca.
En esta convención se incluyó el cannabis a la lista IV, reservada para las sustancias más peligrosas y con valor terapéutico reducido.
2. La convención sobre sustancias psicotrópicas de 1971
Esta convención estableció la necesidad de fiscalizar sustancias psicoactivas de origen sintético como LSD, MDMA, sedantes, ansiolíticos y antidepresivos.
En esta convención los estados participantes se comprometieron a limitar al uso médico o científico de estos estupefacientes y además clasificó al THC como una sustancia de Lista I, es decir considerada de escaso valor terapéutico, alto potencial adictivo y a las que se aplicaban los controles más estrictos.
3. Convención de las Naciones Unidas sobre el tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas de 1988
Este tratado tuvo finalmente un marcado enfoque punitivo. Así como las dos convenciones anteriores se habían centrado en «prohibir», la convención de 1988 hizo hincapié en la obligación de los estados participantes de establecer sanciones penales en sus legislaciones internas para castigar la producción y el tráfico de drogas.
Referencias
- Breve historia sobre la marihuana en Occidente
- Brewing with Cannabis: Using THC and CBD in Beer
- Historia de la ilegalización de la marihuana
- «Reefer Madness» – The Atlantic, 1994
- Legal history of cannabis in the United States