A comienzos del siglo XX, la farmacología atravesaba una era de exploración sistemática de los principios activos presentes en plantas y hongos, con la esperanza de encontrar nuevos tratamientos para enfermedades físicas y mentales.
Tras el impacto de la Primera Guerra Mundial, el auge del pensamiento científico en Europa coincidió con un renovado interés por la medicina natural y sus posibles aplicaciones clínicas.
En este panorama se inscribe el trabajo del joven químico suizo Albert Hofmann (1906–2008), quien se incorporó en 1929 a los laboratorios Sandoz en Basilea, Suiza, tras doctorarse en química en la Universidad de Zúrich bajo la tutela de Paul Karrer, Premio Nobel de Química en 1937.
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Los alcaloides del cornezuelo
El Claviceps purpurea, conocido como cornezuelo del centeno, es un hongo parásito que infecta los granos de cereales y produce una variedad de compuestos bioactivos, entre ellos, alcaloides del grupo ergolínico.
Desde tiempos medievales, ya se sabía que el consumo accidental de este hongo provocaba síntomas extremos como alucinaciones, convulsiones y gangrena, en una condición conocida como ergotismo o «fuego de San Antonio».

Pero el interés moderno en los alcaloides del cornezuelo se consolidó a principios del siglo XX, cuando se logró aislar químicamente varios de sus principios activos.
La ergotamina, aislada en 1918 por Arthur Stoll, fue uno de los primeros compuestos en demostrar aplicaciones médicas concretas, como el tratamiento de migrañas. Otros derivados, como la metilergonovina, se emplearon eficazmente para controlar hemorragias postparto.
Fue así como Hofmann fue asignado al equipo del Dr. Arthur Stoll con la misión de desarrollar derivados semisintéticos de la ergolina, la base estructural común a muchos de los alcaloides del cornezuelo.
La síntesis inicial del LSD-25
En este contexto, fue el 16 de noviembre de 1938 que Hofmann logró sintetizar el compuesto «dietilamida del ácido lisérgico número 25» (LSD-25), como parte de una serie de modificaciones estructurales que tenían como objetivo crear nuevos estimulantes respiratorios y circulatorios.
El número “25” indicaba que era el vigésimo quinto compuesto sintetizado dentro de una serie de derivados del ácido lisérgico.
Aunque inicialmente fue probado en animales, los resultados farmacológicos preliminares no fueron prometedores, pero mientras la mayoría descartaba compuestos sin efectos inmediatos demostrables, Hofmann mantenía registros detallados de sus «impresiones moleculares», un enfoque precursor de lo que hoy llamamos investigación fenomenológica en psicofarmacología.
En sus memorias, Hofmann señala que sintió una curiosa atracción que lo llevó a retomarlo cinco años más tarde, en plena Segunda Guerra Mundial.

Su primer contacto directo con el LSD
El 16 de abril de 1943, Albert Hofmann volvió a sintetizar LSD-25 y de manera accidental, absorbió una pequeña cantidad a través de su piel.
La experiencia que describió como un “estado de embriaguez no desagradable” estuvo acompañada por una intensa actividad imaginativa, dando lugar al primer contacto humano documentado sobre sus efectos psicoactivos.
Pero, a diferencia de otras intoxicaciones químicas, la experiencia no le generó miedo ni rechazo, sino curiosidad, motivándolo a realizar poco tiempo después un experimento controlado para comprender mejor los efectos de la sustancia.
Consumo deliberado y el viaje en bicicleta
Tres días después, el 19 de abril de 1943 (fecha que hoy se conmemora como el “Día de la Bicicleta”), Hofmann ingirió de forma deliberada 250 microgramos de LSD.
Al poco tiempo, experimentó una intensa alteración de la percepción, por lo que requirió asistencia para volver a casa, ya que la legislación de guerra prohibía el uso de automóviles particulares.
Así, acompañado por su asistente, emprendió un viaje en bicicleta que hoy es recordado como el primer “viaje” psicodélico intencionado de la historia.
Lo que siguió fue un episodio extraordinario que él mismo relató como distorsiones visuales, alteraciones del tiempo y marcada ansiedad.
Tras recibir atención médica y comprobarse que su estado físico era normal, los síntomas negativos disminuyeron y dieron paso a una fase de gran claridad mental, euforia y percepción intensificada de colores y formas.
Al día siguiente, escribió:
Todo volvió a la normalidad, pero el bienestar y la sensación de vida renovada perduraron.

Implicaciones científicas y culturales
El informe de Hofmann despertó el interés de otros científicos en Sandoz, quienes iniciaron estudios sobre los posibles usos psiquiátricos del LSD.
La empresa comenzó a distribuir la sustancia bajo el nombre comercial “Delysid”, acompañada de un folleto que sugería su uso en psicoterapia y en la investigación de estados psicóticos simulados.
Durante los años 50 y 60, el LSD fue ampliamente estudiado en contextos clínicos, y se realizaron más de mil publicaciones científicas sobre sus efectos.
Investigadores como Humphry Osmond y Stanislav Grof llevaron a cabo estudios pioneros sobre el potencial del LSD en el tratamiento de adicciones, depresión, ansiedad y traumas psicológicos.
Del laboratorio al movimiento contracultural
A medida que el LSD se fue popularizando fuera del ámbito médico, comenzó a ser adoptado por artistas, escritores y movimientos sociales.
Autores como Aldous Huxley exploraron en profundidad los estados alterados de conciencia inducidos por estas sustancias en obras emblemáticas como Las puertas de la percepción.
Asimismo, bandas como The Beatles y The Doors reflejaron la influencia del LSD en la música psicodélica que caracterizó la década de los 60.
El Dr. Timothy Leary, psicólogo de Harvard, se erigió como uno de sus principales defensores, lo que, paradójicamente, contribuyó a la estigmatización de la sustancia y a su eventual prohibición.
Este uso extendido y su asociación con la contracultura llevaron a la prohibición del LSD en numerosos países a finales de esa década, pero también desencadenaron un debate global sobre los límites del conocimiento científico, la percepción humana y la regulación de las sustancias psicoactivas.
Renacimiento psicodélico
En las últimas dos décadas, ha surgido un renovado interés por los psicodélicos en ámbitos médicos y académicos.
Instituciones como la Universidad Johns Hopkins y la Universidad de Zúrich han liderado estudios que evidencian los efectos prometedores de sustancias psicodélicas en el tratamiento de condiciones como la depresión resistente, el trastorno de estrés postraumático (TEPT) y la ansiedad en pacientes terminales.
Investigadores como Robin Carhart-Harris y Roland Griffiths han publicado sus hallazgos en prestigiosas revistas científicas, destacando el potencial terapéutico de estos compuestos en entornos clínicamente controlados y ofreciendo nuevas perspectivas sobre su aplicación en la medicina contemporánea.
Referencias y bibliografía
- Hofmann, A. (1980). LSD: My Problem Child. New York: McGraw-Hill.
- Stoll, A., & Hofmann, A. (1949). The Chemistry of Ergot Alkaloids. Science, 109(2832), 21–27.
- Osmond, H. (1957). A Review of the Clinical Effects of LSD-25 in Psychotic and Normal Individuals. Psychiatric Quarterly, 31(1), 27–43.
- Grof, S. (1975). Realms of the Human Unconscious: Observations from LSD Research. New York: Viking Press.
- Huxley, A. (1954). The Doors of Perception. Harper & Brothers.
- Leary, T. (1964). The Psychedelic Experience: A Manual Based on the Tibetan Book of the Dead. University Books.
- Doblin, R. (1999). Psychedelic Drugs and the Future of Psychotherapy. Journal of Clinical Psychology, 55(6), 653–666.
- Carhart-Harris, R. L., et al. (2016). Psilocybin with Psychological Support for Treatment-Resistant Depression: An Open-Label Feasibility Study. The Lancet Psychiatry, 3(7), 619–627.
- Griffiths, R. R., et al. (2016). The Current Status of Psychedelic Research and Its Potential for the Treatment of Psychiatric Disorders. World Psychiatry, 15(3), 211–218.
- Sessa, B. (2012). The History of Psychedelic Therapy: A Review. Journal of Psychopharmacology, 26(7), 1236–1247.
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